Cuento: y.. como se formo la sal?

 El Señor Don Sodio y Doña Cloro. 




 
Quimicuento que relata la formación de un compuesto; específicamente la formación del Cloruro de sodio.

El señor don Sodio, debido a su carácter, vivía cautivo y vigilado severamente por doña Kerosene. No debía salir de su encierro, pues en cuanto estaba libre reaccionaba violentamente con el primero que se encontraba a su paso, se producían acaloradas discusiones y la mayoría de las veces se escuchaban pequeñas explosiones y hasta chispitas se veían iluminando el lugar. Era difícil escapar de doña Kerosene, ella era la única que lo mantenía quieto, tranquilo y callado.

Don Sodio pensaba, si logro escaparme, prometo portarme bien y seré amable con todo el mundo, me encuentro tan solo y aislado en este encierro.
De pronto ve que la puerta está entre abierta y decide salir en un descuido de la señora Kerosene. Antes de escapar se miró al espejo y se vio tan deslucido y opaco que decidió, arreglarse un poquito.

Rápidamente se afeitó y su piel presentó un hermoso brillo plateado e iridiscente. -¡Qué bien luzco! - dijo. Se arregló su corbata y partió a dar una vueltecita. No había dado muchos pasos, cuando observó que venía en sentido contrario una jovencita de aspecto etéreo, envuelta en una nube de encaje amarillo verdoso y esparciendo un olor penetrante que hizo carraspear a don Sodio.
Reconoció al instante quien era.

- ¡Pero si es doña Cloro! - Exclamó. Que bien se ve.
Y sin que ella se lo pidiera se arrancó el primer electrón que tenía a mano y se lo entregó en señal de amistad y admiración. Había prometido no ser violento. Doña Cloro recibió esta muestre tan espontánea de amistad con gran entusiasmo y alborozo, pues sentía una gran fascinación por los electrones.

Ninguno de los dos había visto el bullicio y algarabía que producía este encuentro. Hubo un aumento de temperatura en el ambiente, don Sodio, sintió que algo cambiaba en él profundamente, parecía que al entregar el electrón se le hubiera ido también su identidad.

¿Cómo es posible, se decía, que esta pequeñísima parte mía, que ya no está presente me esté produciendo tantos trastornos?

Al mismo tiempo que esto le sucedía a don Sodio, doña Cloro también experimentaba: su hermoso y vaporoso vestido de encaje amarillo verdoso fue desapareciendo y su olor penetrante se extinguió.

¿Quién iba a pensar, se decía, que el electrón que de don Sodio, me iba a causar tantos problemas? Y se fue desvaneciendo.

Rápidamente y en reemplazo total de doña Cloro y don Sodio, apareció una figurita blanca y saladita, sin olor, la princesita Cloruro de Sodio, más conocida popularmente con el apodo de sal de comer.

Nada de ella recuerda a sus progenitores. Ella es tan blanca y cristalina, tan tranquila, rara vez se altera. El aire no le produce ningún trastorno, acepto cuando está húmedo, que la pone aguachenta.

Quiso Cloruro de Sodio conocer el lugar y se fue a pasear a una hermosa playa. Al mirar el mar se quedó fascinada: las olas iban y venían, la espuma que se formaba era como un encaje que podría ser un hermoso adorno de su vestido blanco. Se inclinaba para recoger un poco de espuma, cuando una gigantesca ola la envolvió y la princesita Cloruro de Sodio cayo de cabeza al mar.

Tragó mucha agua, ésta le pareció insípida, no tenía sabor alguno. Al mismo tiempo, sintió que su cuerpecito se deshacía en miles de pedacitos. Aparentemente había desaparecido, pero sus diminutas partículas se repartieron en la inmensidad del mar. El agua lentamente fue adquiriendo el sabor salado de la princesita. Ella mientras tanto decía: ¡Qué curioso lo que me ha sucedido! Yo no me veo, nadie me puede ver, pero estoy en el agua y mi presencia se nota en el sabor del agua.

Pienso, se decía, que alguien sacará un poco de agua de mar y el agua se evaporará lentamente, parte de los cristales salados que forman mi cuerpo, se podrían recuperar.

Desde entonces el agua de mar tiene ese sabor salado tan característico y la princesita Cloruro de Sodio llega a todas partes. Todos la conocen.
En nuestras casas su lugar habitual es el salero, pero también la encontramos en las comidas, haciéndolas más sabrosas. La llevamos en la sangre y cuando alguien llora, se desliza disuelta en lágrimas, que tienen su sabor.

Si deseamos observarla, debemos alejarla del agua, así la veremos blanquita y cristalizada. Pero si este sólido se moja, se deshace y no la vemos más. Sin embargo, allí está, diminuta e invisible. Cambia de apariencia, pero sigue siendo la saladita princesita Cloruro de Sodio.

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